Choque Invisible
Ya estaba despierta cuando la alarma de mi reloj de
mesa sonó.
No
es raro en mí, claro; después de todo, las pesadillas que me abruman cada día,
se vuelven como un despertador biológico integrado a mi cerebro que no me ha
dejado dormir una noche entera en doce años. Exactamente el tiempo que llevan
mis padres muertos.
Yo
tenía cinco años en ese entonces, no tenía mayores preocupaciones que la de
empezar mi vida escolar en la primaria, y, por obvias razones, me abrumaba
demasiado la idea de conocer nuevos niños de mi edad. Aunque en mi cabeza, los
conocía de una manera muy diferente a la que en verdad fue: en el funeral de
mis padres.
No
recuerdo mucho de esa noche, tan solo que llovía demasiado y que los tres
íbamos en el auto a recoger a mi tía Kim del aeropuerto. Un crujido y sangre.
Por todos lados.
La
gente llegó tarde e incluso pensé que moriría también. Mi padre me miró por
última vez antes de que ambos quedáramos inconscientes, aunque había una
diferencia, él no volvería a despertarse jamás; mientras que yo, estaba en una
cama de hospital en medio de luces fluorescentes.
Mi
tía, asumió mi custodia en un inicio. Sin embargo, es muy difícil cuidar de una
niña cuando viajas a todo el mundo y vives tan libre como quieras. Así que
luego, me dejaron en un orfanato hasta que mi tía se estableciera o apareciera
alguien que me adoptara.
Lo
segundo vino más rápido que lo primero.
Los
McWeber eran una pareja joven que tenía un hijo de ocho años, pero que, por
cosas de la vida, quedaron sin la posibilidad de tener otro hijo. La mujer,
Anna y su esposo, Baltazar, querían una niña; y, al no poder ser capaces de
concebir, decidieron adoptar. Decidieron adoptarme.
Había
estado ya dos años sin mis padres, y llegar a una nueva familia me resultaba
muy extraño, ellos me miraban con ternura y me aseguraban que iba a estar bien,
que me querrían como si fuera su verdadera hija pero aun así, yo, ya había
tenido unos padres.
Anna
no era muy considerada conmigo algunas veces. Quizá se sentía frustrada de que
yo no fuera su verdadera hija y no me aceptaba por completo y yo tampoco a ella
como familia, pero tampoco era mala ni perversa como en los cuentos de hadas
donde la madrastra es siempre la mala, la diferencia aquí era que Anna no era
exactamente mi madrastra. Ah, y tampoco era mala.
Baltazar
por su parte, se había ganado mi cariño muy rápido. Se notaba que quería una
niña a la cual mimar de vez en cuando y conmigo era así. Lo llamaba muy a
menudo “papá” y siempre conversaba con él, aunque en realidad el más unido a mí
en la familia era Caleb, mi hermano adoptivo.
Soy
un año menor que él. Pero en el momento en que nos conocimos, supe que no
tendría por qué estar sola. Me trataba muy bien y me hacía sentir como su
verdadera hermana. Y aunque en la escuela no nos veíamos tanto, siempre
salíamos de allí juntos para irnos a casa.
En
conclusión, tuve mucha suerte de tener a ellos como mi nueva familia.
Alargué
la mano y toqué el pequeño botoncillo del reloj hasta que la alarma dejó de
sonar.
Estiré
los brazos por encima de mi cabeza antes de quitarme las sábanas que me
envolvían y sentarme en el borde de la cama. La luz del día era gris y se
colaba por la ciudad formando pequeñas siluetas de los edificios y algunos
almacenes, acompañados del color rosa de las flores de nuestro pequeño jardín.
Era
un nuevo día, y con ello venía de nuevo la escuela. El momento perfecto para
querer desaparecer, aunque, en mi caso, ya lo había hecho. Ser invisible era
uno de mis muy preciaos talentos del cual sacaba mucho provecho, teniendo en
cuenta de que mi hermano adoptivo era la estrella del club de atletismo. Y
además los invisibles siempre consiguen a los verdaderos amigos. Como Candace o
Eric. Mis mejores amigos. Además nunca somos notados como para que nos odien o
nos admiren, lo que detestamos. Eso es para los genios de matemáticas o los
deportistas.
― Maya, levántate es ho… ¡Oh! Ya
estas despierta ―dijo Anna mientras entraba en mi habitación como todos los
días para abrir las ventanas y correr las cortinas.
Sonreí
mientras me estiraba de nuevo.
― Buenos días, Anna. ¿Qué tal la
fiesta de trabajo de anoche? ―Anna era organizadora de eventos pero algunas
veces ellos mismos, en la compañía, preparaban una reunión para celebrar un
nuevo año y todo eso que celebran los negocios.
Ella
suspiró limpiándose el polvo en la falda de color vino y ajustándose el cabello
negro en un moño alto.
― Pues, estuvo bien. Creo que
gracias a Baltazar tendré un ascenso. Se llevó de maravilla con mi jefe ―en la
cara de ella se crispó una sonrisa.
― ¡Genial! Eso es asombroso
―contesté con sinceridad. Anna era de las mujeres que si tenían un buen trabajo,
estaban de buen humor, lo que era bueno también para mí. En especial con la
fiesta de bienvenida a una semana. ― Me alegro por ti, Anna. Te lo mereces.
Anna
me sonrío con la felicidad iluminando su rostro. Me revolví las pequeñas ondas
de las puntas de mi cabello caoba y me levanté de la cama aún con la mirada de
Anna en la nunca. Salí directamente al estrecho pasillo a oscuras decorado con
una alfombra verde decorado con bordados dorados. El olor a las flores de
lavanda inundaba todo y me alegró que Anna tuviera ese gusto por las flores
violetas. Lavanda era mi fragancia favorita.
Pasé
en frente del estudio de Baltazar y lo pude encontrar con su cabello canoso y
sus gafas sosteniendo el periódico en alto. Se veía como todos los días,
relajado, serio y tranquilo. Sus ojos avellanados me miraron por encima del
papel.
― Buenos días, hija. ¿Lista para la
escuela? ―dijo en un tono sereno pasando las páginas grises.
― Pues… creo que no podré ir en
pijama hoy. Otra vez, mi sueño, se ve frustrado ―respondí sonriente.
Era
costumbre hacer esa broma cada inicio de año escolar. O bueno, se había convertido
en nuestra pequeña travesura desde que fui al preescolar con mi camisón de
pijama solo porque no quería quitármelo. Obviamente Baltazar me había dejado
mientras que Anna enloquecía viéndome como recién levantada.
Mi
padre rió.
―Pues será mejor que te vayas a lavar ―puso una mano al lado de su
boca como queriéndome contar un secreto ―Caleb no se ha levantado. Apresúrate o
te cogerá el baño.
Sonreí.
― De acuerdo ―susurré y corrí hacia
el baño. Mirando hacia la puerta entreabierta del dormitorio de Caleb. Aún
podía escuchar sus ronquidos. Abrí la puerta y le eché el seguro antes de
postrarme frente a frente con mi viejo enemigo: el reflejo matutino del espejo.
Mi
pelo era un nido de color marrón. Las pequeñas ondas que normalmente caían en
mi cintura ahora estaban expuestas en un enredo algo extraño y mis ojos
marrones con destellos ámbar estaban en un estado somnoliento. Mi nariz estaba
algo extraña en aquel rostro, se veía… ¿más grande? No, era solo alucinación.
Sacudí
mi cabeza ante mis ilusiones y desenredé mi cabello antes de meterme en la
ducha, que, al principio, fría, despejó de mí cada parte que aún estaba
dormida. Luego no me importó la temperatura y terminé sucumbiendo ante el ruido
del agua correr y la sensación relajante. Cuando terminé me envolví en mi bata
de baño y salí disparada a mi cuarto antes de cualquier intento de broma por
parte de mi hermano adoptivo.
No
tuve mucho en que pensar para ponerme. Siempre me vestía de acuerdo con el
clima. O como imaginaba que iba a serlo. Era primavera y de Navidad me habían
dado alguna ropa como faldas y esas cosas. No quería hacer sentir mal a Anna
luego de comprarme todo eso así que saqué uno de los conjuntos floreados nuevos
y me lo puse. En mis pies estaban mis viejas botas militares color oliva que
combinaban con el fondo del vestido. Saqué mi chaqueta de jean y dejé que mi
pelo se secara solo. No quería perder el tiempo en mi pelo cuando solo lo vería
Candance, o bueno, sería a la única que le importara.
― ¡Caleb! ¡Maya! ¡A desayunar!
―gritó Anna desde la planta baja de la casa.
Tomé
mi bolso y mi móvil antes de salir al pasillo. Suspiré tratando de no pensar en
los siguientes meses que me esperaban en la escuela. Pero no tuve que hacer
mucho. Caleb chocó conmigo de un momento a otro. Dejándonos a los dos en el
suelo.
Mi
rodilla empezó a tener un dolor agudo y punzante junto con la parte baja de mi
espalda. Miré a mi hermano adoptivo mientras se levantaba y se acariciaba el
hombro, probablemente, donde se había chocado conmigo. Se levantó y me tendió
la mano sonriente.
― Lo siento, Maya ―dijo. Lo miré con
curiosidad pues nunca me había llamado hermana. Sabía que no era porque no me
quisiera, pero, era extraño que siempre me llamara por mi nombre, como
queriendo resaltar siempre que no éramos familia.
Acepté
su mano y me levanté.
― ¿A dónde vas tan apurado? Digo, no
es normal que en las mañanas te choques conmigo así. ―respondí dedicándole una
media sonrisa.
Caleb,
era un año mayor que yo y estábamos en la misma escuela. Pero a pesar de ser
mayor, Caleb estaba en mi mismo curso. A punto de terminar la preparatoria.
Nunca pregunté por qué no estaba ya en la universidad pero, seguramente Anna y
Baltazar lo habían inscrito a la escuela después.
Era
guapo, también. Siempre lo había considerado atractivo aunque nunca de esa
manera, digo… ¿somos hermanos, no? Tenía el pelo negro cayéndole sobre los ojos
y los mismos ojos avellanados de Baltazar. Aunque sus facciones eran más como
las de Anna. Delicadas pero afiladas y fuertes.
Traía
un jersey azul marino de mangas largas un poco ajustado que dejaba ver el fruto
de sus ejercicios en el verano y unos vaqueros negros junto con sus zapatillas
rojas favoritas recién lavadas. Su bolso colgaba desde su hombro y caía en
diagonal hasta su cadera. Estaba casi vacío. Como el mío. Su piel bronceada contrarrestó
mi palidez al tomarme de la mano.
― Voy a desayunar, estoy hambriento.
Además Morgan me va a dar un aventón a la escuela. ¿Quieres venir? ―preguntó
balanceándose sobre sus talones como si me pidiera una cita.
Ya
tenía planes.
― Lo siento, no… Quedé de ir con
Candace en bici. ¿La próxima?
Caleb
sonrió un poco decepcionado.
― La próxima ―afirmó antes de bajar
a desayunar.
Maldición, fue lo que pensé luego de que Candace me dejara
plantada por Eric, quien aparte de ser mi mejor amigo, también era su novio.
Caleb
ya se había marchado en el deportivo azul recién reparado de su amigo Morgan
Stark. Se había despedido con un beso en mi mejilla y la mano dentro del coche.
Dejándome en esa esquina hasta que recibí un mensaje de texto de Candace donde
me explicaba que ella y Eric iban a saltarse la escuela hoy. Seguramente iban a
hacer “sus deberes”. Sabía que Candace era virgen. Así que era extraño pensar
que mi mejor amiga estaría en la mañana con el nerd de Eric en eso.
Suspiré
y me resigné a ir en bici, sola.
Genial,
primer día de mi último año de escuela totalmente sola.
Me
subí en la bici y empecé a pedalear, sintiendo el viento azotarme fríamente los
cabellos húmedos. La escuela estaba a unos diez minutos de mi casa en bici. Ya
que vivíamos en las afueras de la ciudad.
Mirando
el reloj en mi muñeca de repente… me chocaron. Por segunda vez.
Este
golpe fue peor porque era a velocidad. Como si fuera una pelota de tenis y me
dieran contra una raqueta tratando de sacarme del partido.
Me
golpeé la cabeza, los hombros, las piernas y quedé de espaldas al concreto con
mi bici sobre mí y alguien más con otra bici. Era la base de un sándwich. Tenía
los ojos cerrados por el choque y cuando los abrí.
Había
un chico rubio de ojos marrones mirándome estupefacto sobre mí.
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