martes, 8 de enero de 2013

Brownie Factory: Capítulo 1

Choque Invisible






 Ya estaba despierta cuando la alarma de mi reloj de mesa sonó.
No es raro en mí, claro; después de todo, las pesadillas que me abruman cada día, se vuelven como un despertador biológico integrado a mi cerebro que no me ha dejado dormir una noche entera en doce años. Exactamente el tiempo que llevan mis padres muertos.
Yo tenía cinco años en ese entonces, no tenía mayores preocupaciones que la de empezar mi vida escolar en la primaria, y, por obvias razones, me abrumaba demasiado la idea de conocer nuevos niños de mi edad. Aunque en mi cabeza, los conocía de una manera muy diferente a la que en verdad fue: en el funeral de mis padres.
No recuerdo mucho de esa noche, tan solo que llovía demasiado y que los tres íbamos en el auto a recoger a mi tía Kim del aeropuerto. Un crujido y sangre. Por todos lados.
La gente llegó tarde e incluso pensé que moriría también. Mi padre me miró por última vez antes de que ambos quedáramos inconscientes, aunque había una diferencia, él no volvería a despertarse jamás; mientras que yo, estaba en una cama de hospital en medio de luces fluorescentes.
Mi tía, asumió mi custodia en un inicio. Sin embargo, es muy difícil cuidar de una niña cuando viajas a todo el mundo y vives tan libre como quieras. Así que luego, me dejaron en un orfanato hasta que mi tía se estableciera o apareciera alguien que me adoptara.
Lo segundo vino más rápido que lo primero.
Los McWeber eran una pareja joven que tenía un hijo de ocho años, pero que, por cosas de la vida, quedaron sin la posibilidad de tener otro hijo. La mujer, Anna y su esposo, Baltazar, querían una niña; y, al no poder ser capaces de concebir, decidieron adoptar. Decidieron adoptarme.
Había estado ya dos años sin mis padres, y llegar a una nueva familia me resultaba muy extraño, ellos me miraban con ternura y me aseguraban que iba a estar bien, que me querrían como si fuera su verdadera hija pero aun así, yo, ya había tenido unos padres.
Anna no era muy considerada conmigo algunas veces. Quizá se sentía frustrada de que yo no fuera su verdadera hija y no me aceptaba por completo y yo tampoco a ella como familia, pero tampoco era mala ni perversa como en los cuentos de hadas donde la madrastra es siempre la mala, la diferencia aquí era que Anna no era exactamente mi madrastra. Ah, y tampoco era mala.
Baltazar por su parte, se había ganado mi cariño muy rápido. Se notaba que quería una niña a la cual mimar de vez en cuando y conmigo era así. Lo llamaba muy a menudo “papá” y siempre conversaba con él, aunque en realidad el más unido a mí en la familia era Caleb, mi hermano adoptivo.
Soy un año menor que él. Pero en el momento en que nos conocimos, supe que no tendría por qué estar sola. Me trataba muy bien y me hacía sentir como su verdadera hermana. Y aunque en la escuela no nos veíamos tanto, siempre salíamos de allí juntos para irnos a casa.
En conclusión, tuve mucha suerte de tener a ellos como mi nueva familia.
Alargué la mano y toqué el pequeño botoncillo del reloj hasta que la alarma dejó de sonar.
Estiré los brazos por encima de mi cabeza antes de quitarme las sábanas que me envolvían y sentarme en el borde de la cama. La luz del día era gris y se colaba por la ciudad formando pequeñas siluetas de los edificios y algunos almacenes, acompañados del color rosa de las flores de nuestro pequeño jardín.
Era un nuevo día, y con ello venía de nuevo la escuela. El momento perfecto para querer desaparecer, aunque, en mi caso, ya lo había hecho. Ser invisible era uno de mis muy preciaos talentos del cual sacaba mucho provecho, teniendo en cuenta de que mi hermano adoptivo era la estrella del club de atletismo. Y además los invisibles siempre consiguen a los verdaderos amigos. Como Candace o Eric. Mis mejores amigos. Además nunca somos notados como para que nos odien o nos admiren, lo que detestamos. Eso es para los genios de matemáticas o los deportistas.
            ― Maya, levántate es ho… ¡Oh! Ya estas despierta ―dijo Anna mientras entraba en mi habitación como todos los días para abrir las ventanas y correr las cortinas.
Sonreí mientras me estiraba de nuevo.
            ― Buenos días, Anna. ¿Qué tal la fiesta de trabajo de anoche? ―Anna era organizadora de eventos pero algunas veces ellos mismos, en la compañía, preparaban una reunión para celebrar un nuevo año y todo eso que celebran los negocios.
Ella suspiró limpiándose el polvo en la falda de color vino y ajustándose el cabello negro en un moño alto.
            ― Pues, estuvo bien. Creo que gracias a Baltazar tendré un ascenso. Se llevó de maravilla con mi jefe ―en la cara de ella se crispó una sonrisa.
            ― ¡Genial! Eso es asombroso ―contesté con sinceridad. Anna era de las mujeres que si tenían un buen trabajo, estaban de buen humor, lo que era bueno también para mí. En especial con la fiesta de bienvenida a una semana. ― Me alegro por ti, Anna. Te lo mereces.
Anna me sonrío con la felicidad iluminando su rostro. Me revolví las pequeñas ondas de las puntas de mi cabello caoba y me levanté de la cama aún con la mirada de Anna en la nunca. Salí directamente al estrecho pasillo a oscuras decorado con una alfombra verde decorado con bordados dorados. El olor a las flores de lavanda inundaba todo y me alegró que Anna tuviera ese gusto por las flores violetas. Lavanda era mi fragancia favorita.
Pasé en frente del estudio de Baltazar y lo pude encontrar con su cabello canoso y sus gafas sosteniendo el periódico en alto. Se veía como todos los días, relajado, serio y tranquilo. Sus ojos avellanados me miraron por encima del papel.
            ― Buenos días, hija. ¿Lista para la escuela? ―dijo en un tono sereno pasando las páginas grises.
            ― Pues… creo que no podré ir en pijama hoy. Otra vez, mi sueño, se ve frustrado ―respondí sonriente.
Era costumbre hacer esa broma cada inicio de año escolar. O bueno, se había convertido en nuestra pequeña travesura desde que fui al preescolar con mi camisón de pijama solo porque no quería quitármelo. Obviamente Baltazar me había dejado mientras que Anna enloquecía viéndome como recién levantada.
Mi padre rió.
            ―Pues será mejor que  te vayas a lavar ―puso una mano al lado de su boca como queriéndome contar un secreto ―Caleb no se ha levantado. Apresúrate o te cogerá el baño.
            Sonreí.
            ― De acuerdo ―susurré y corrí hacia el baño. Mirando hacia la puerta entreabierta del dormitorio de Caleb. Aún podía escuchar sus ronquidos. Abrí la puerta y le eché el seguro antes de postrarme frente a frente con mi viejo enemigo: el reflejo matutino del espejo.
Mi pelo era un nido de color marrón. Las pequeñas ondas que normalmente caían en mi cintura ahora estaban expuestas en un enredo algo extraño y mis ojos marrones con destellos ámbar estaban en un estado somnoliento. Mi nariz estaba algo extraña en aquel rostro, se veía… ¿más grande? No, era solo alucinación.
Sacudí mi cabeza ante mis ilusiones y desenredé mi cabello antes de meterme en la ducha, que, al principio, fría, despejó de mí cada parte que aún estaba dormida. Luego no me importó la temperatura y terminé sucumbiendo ante el ruido del agua correr y la sensación relajante. Cuando terminé me envolví en mi bata de baño y salí disparada a mi cuarto antes de cualquier intento de broma por parte de mi hermano adoptivo.
No tuve mucho en que pensar para ponerme. Siempre me vestía de acuerdo con el clima. O como imaginaba que iba a serlo. Era primavera y de Navidad me habían dado alguna ropa como faldas y esas cosas. No quería hacer sentir mal a Anna luego de comprarme todo eso así que saqué uno de los conjuntos floreados nuevos y me lo puse. En mis pies estaban mis viejas botas militares color oliva que combinaban con el fondo del vestido. Saqué mi chaqueta de jean y dejé que mi pelo se secara solo. No quería perder el tiempo en mi pelo cuando solo lo vería Candance, o bueno, sería a la única que le importara.
            ― ¡Caleb! ¡Maya! ¡A desayunar! ―gritó Anna desde la planta baja de la casa.
Tomé mi bolso y mi móvil antes de salir al pasillo. Suspiré tratando de no pensar en los siguientes meses que me esperaban en la escuela. Pero no tuve que hacer mucho. Caleb chocó conmigo de un momento a otro. Dejándonos a los dos en el suelo.
Mi rodilla empezó a tener un dolor agudo y punzante junto con la parte baja de mi espalda. Miré a mi hermano adoptivo mientras se levantaba y se acariciaba el hombro, probablemente, donde se había chocado conmigo. Se levantó y me tendió la mano sonriente.
            ― Lo siento, Maya ―dijo. Lo miré con curiosidad pues nunca me había llamado hermana. Sabía que no era porque no me quisiera, pero, era extraño que siempre me llamara por mi nombre, como queriendo resaltar siempre que no éramos familia.
Acepté su mano y me levanté.
            ― ¿A dónde vas tan apurado? Digo, no es normal que en las mañanas te choques conmigo así. ―respondí dedicándole una media sonrisa.
Caleb, era un año mayor que yo y estábamos en la misma escuela. Pero a pesar de ser mayor, Caleb estaba en mi mismo curso. A punto de terminar la preparatoria. Nunca pregunté por qué no estaba ya en la universidad pero, seguramente Anna y Baltazar lo habían inscrito a la escuela después.
Era guapo, también. Siempre lo había considerado atractivo aunque nunca de esa manera, digo… ¿somos hermanos, no? Tenía el pelo negro cayéndole sobre los ojos y los mismos ojos avellanados de Baltazar. Aunque sus facciones eran más como las de Anna. Delicadas pero afiladas y fuertes.
Traía un jersey azul marino de mangas largas un poco ajustado que dejaba ver el fruto de sus ejercicios en el verano y unos vaqueros negros junto con sus zapatillas rojas favoritas recién lavadas. Su bolso colgaba desde su hombro y caía en diagonal hasta su cadera. Estaba casi vacío. Como el mío. Su piel bronceada contrarrestó mi palidez al tomarme de la mano.
            ― Voy a desayunar, estoy hambriento. Además Morgan me va a dar un aventón a la escuela. ¿Quieres venir? ―preguntó balanceándose sobre sus talones como si me pidiera una cita.
Ya tenía planes.
            ― Lo siento, no… Quedé de ir con Candace en bici. ¿La próxima?
Caleb sonrió un poco decepcionado.
            ― La próxima ―afirmó antes de bajar a desayunar.

Maldición, fue lo que pensé luego de que Candace me dejara plantada por Eric, quien aparte de ser mi mejor amigo, también era su novio.
Caleb ya se había marchado en el deportivo azul recién reparado de su amigo Morgan Stark. Se había despedido con un beso en mi mejilla y la mano dentro del coche. Dejándome en esa esquina hasta que recibí un mensaje de texto de Candace donde me explicaba que ella y Eric iban a saltarse la escuela hoy. Seguramente iban a hacer “sus deberes”. Sabía que Candace era virgen. Así que era extraño pensar que mi mejor amiga estaría en la mañana con el nerd de Eric en eso.
Suspiré y me resigné a ir en bici, sola.
Genial, primer día de mi último año de escuela totalmente sola.
Me subí en la bici y empecé a pedalear, sintiendo el viento azotarme fríamente los cabellos húmedos. La escuela estaba a unos diez minutos de mi casa en bici. Ya que vivíamos en las afueras de la ciudad.
Mirando el reloj en mi muñeca de repente… me chocaron. Por segunda vez.
Este golpe fue peor porque era a velocidad. Como si fuera una pelota de tenis y me dieran contra una raqueta tratando de sacarme del partido.
Me golpeé la cabeza, los hombros, las piernas y quedé de espaldas al concreto con mi bici sobre mí y alguien más con otra bici. Era la base de un sándwich. Tenía los ojos cerrados por el choque y cuando los abrí.
Había un chico rubio de ojos marrones mirándome estupefacto sobre mí.


No hay comentarios:

Publicar un comentario