Oh y bueno la entrada de la encuesta la pondré un poco más tarde. Para darles los detalles.
Disfruten!
Adrian se despertó con la ligera
sensación de que alguien lo observaba.
Tenía la frente sudorosa y sus
oídos escuchaban los fuertes ronquidos de Nathan. Miró el reloj. Cinco en
punto. Soltó un bostezo y se rascó los ojos. No podía dormir más.
Sin pensarlo se quitó las sábanas
de encima y volvió a bostezar. Quizá podría ir a correr o simplemente ver si ya
tenían listo el desayuno. A un mes de su libertad –su cumpleaños – se estaba
sintiendo algo extraño.
Adrian tomó un pantalón que
usualmente usaba para hacer ejercicio y los cambió por el de su pijama. Se puso
una camisa blanca y sus zapatillas deportivas antes de salir de su habitación
dejando los ronquidos de Nathan atrás.
Caminó lentamente por el pasillo
iluminado tenuemente hasta las escaleras de madera casi podrida y las bajó
lentamente dejando espacio entre el chirrido de una tabla y otra. Había neblina
y no lograba distinguir muchas cosas a pesar de ya estar en la primera planta.
Sin embargo empezó a caminar sintiendo frío pero sin perturbarse. Caminando sin
sentido de orientación entra la niebla distinguió dos siluetas.
Al principio Adrian las ignoró.
Debían ser de esos chicos que les gusta correr en las mañanas.
Luego, a unos metros, distinguió unas mechas
rosadas y un largo cabello castaño. Eran Clea y Melody.
Adrian se sintió perturbado por la
primera. Y paralizado por la segunda. Se quedó en mitad de la cancha de
baloncesto mirando el extraño comportamiento de las chicas que tenían cosas que
hacer a las cinco de la madrugada. Sin embargo, no pudo distinguir nada en la
espesa niebla que parecía hasta tragarse sus propios pensamientos. Las voces de
las chicas que podrían escucharse, eran solo un frío silencio que a Adrian le
empezó a doler. Y no fue hasta que Clea, vestida con una blusa negra con una
calavera rosa, unos pantalones de licra y unas zapatillas deportivas color
verde chillón empezó a caminar hacia el edifico de las habitaciones, que aquel
sentimiento de opresión solo se volvió nerviosismo.
Estaba ahora cerca de Melody y por
alguna extraña razón, la niebla empezaba a despejarse. A Adrian le empezó a
latir el corazón tan fuerte como si estuviera a punto de sufrir un ataque. Una
parte de él quería conocer en persona a Melody pero la otra, solo quería seguir
allí como si nada pasara y olvidar. Cerró los puños y algo extraño ocurrió.
La cesta que estaba a unos pocos
metros de él estalló.
Adrian retrocedió unos pasos
tambaleándose un poco y casi cayendo de bruces, escuchó una voz.
― ¡¿Te encuentras bien?! –preguntó
alarmada Melody quién estaba corriendo
hacia él.
Tenía el pelo recogido y los ojos
violetas brillantes. Traía una blusa holgada blanca y unos pantalones negros
con tenis azules.
Adrian sintió de nuevo su corazón
latir y también el rubor en sus mejillas. Melody se le acercó y parecía que
también se sonrojaba. Los ojos azules de Adrian se entrecerraron con picardía
solo un segundo mientras se levantaba del suelo.
― Sí, tranquila. Estoy bien –respondió
con lentitud esperando que su voz no se quebrara.
― ¿Qué ocurrió? –La voz de Melody
sonaba curiosa pero a la vez había un ligero atisbo de que sabía lo que pasaba.
Adrian la miró un minuto. Tenía los
ojos violetas encendidos.
― No lo sé, solo estaba aquí…
calentando para correr y esa cosa –señaló la canasta chamuscada de baloncesto
–de repente estalló.
Melody hizo un mohín estudiando la
canasta pero a la vez se demostraba avergonzada y… ¿decepcionada?
Adrian la
miró confundido y aún ruborizado.
― Debió ser alguno de esos cables
de luz.
Adrian siguió el trayecto de la
mano de Melody hasta un par de cables negros a unos dos metros de la canasta.
― La humedad de la niebla debió
alterar a alguno, generar corto, y quizá la electricidad se colocó allí porque
bueno… es metal ¿no? –dedujo Melody.
Adrian se encogió de hombros. No le
gustaba la física y esas cosas… O bueno ¿eso era física?... La escuela nunca
había sido su fuerte. Ni siquiera creía que había sacado buenas notas en el
preescolar pero… ¿Es que acaso estar en un orfanato no era suficiente tortura,
como para sumarle ocho horas de escuela? En definitiva, lo era para Adrian.
Pero al parecer, Melody pensaba diferente. Era inteligente y deductiva. Una
característica que Adrian consideraba digna de admirarse. Además de sexy.
Hermosa y con cerebro.
Adrian se rió en su interior.
Melody se volvió a mirarlo y camino
dando ligeros saltitos hacia él.
― Por cierto, soy Melody Carver –le
tendió la mano a Adrian que notó como sus pequeñas uñas estaban pintadas de un
rosa pálido. Chicas
― Lo sé… Te presentaste ayer en la
cena ¿recuerdas? –dijo Adrian tratando de ser casual.
Melody hizo un gesto divertido.
― Pues entonces… eres el primero
que puso atención a mi presentación. Los demás no saben ni siquiera que soy nueva
–respondió casi riendo.
Adrian se ruborizó aún más.
― En realidad… yo… pues…
-tartamudeó mientras ella lo miraba divertida –¡Tu hermano! Es compañero mío
¿recuerdas? –terminó.
Melody sonrió a medias.
― ¿Me disculparías si te digo que
no logré ver tu rostro ayer? De ser así te recordaría perfectamente.
Adrian se sintió alagado en parte.
Pero herido puesto Melody le acababa de decir que no era lo suficientemente
interesante como para acordarse de que él era compañero de su hermano. Aunque
bueno, esas no habían sido exactamente sus palabras. Pero igual, Adrian se
sintió ofendido.
― Tranquila, en realidad, tu
hermano me habló de ti –confesó Adrian.
Melody ni se inmutó.
― ¿En serio? –una mirada de
desconfianza se posó en los ojos de ella -¿No será que tú le preguntaste?
Nervios de nuevo.
Adrian tomó aire antes de responder
en un tono lo suficientemente convincente.
― No, para nada.
Melody miró al suelo avergonzada…
¿o triste?
Adrian se quedó paralizado de nuevo
pero era por una razón diferente a la chica que tenía parada enfrente de él. Una
corriente eléctrica le recorrió la espina dorsal y de repente se sintió
amenazado. Y con un instinto infalible, increíble. Ahora se sentía poderoso
pero a la vez amenazante.
Se hizo un silencio incómodo de
esos que no son capaces de cortar ni con la más divertida de las
conversaciones. Adrian apretó los puños y apartó su mirada de Melody quien
estaba aún con la cabeza baja. Adrian se sintió incómodo y con un hormigueo en
las manos.
― Oye, emm… tengo que irme. Adiós
–dijo con la voz seca.
Decidió marcharse, dio largas y
torpes zancadas antes de desaparecer detrás de la puerta de la vieja y
empolvada biblioteca. No sin antes arrepentirse por su anterior actitud. ¡No le
había dicho su nombre! Aunque, eso podría incitarla a investigar y si lo
llegaba a llamar su nombre sería por algo.
Adrian respiró el aire viejo de la
biblioteca.
Las tres horas que transcurrieron
desde su huida del campo de baloncesto al desayuno, pasaron tan torpe y tan
lentamente que a Adrian no le quedó más remedio que quedarse en la biblioteca
un rato. A pesar de su odio al leer.
La señora Coop, una vieja de
cabello blanco y corto, de piel canela y arrugada, con las cejas pintadas y
ligeramente maquillada tras unos lentes trasparentes de marco dorado, le indicó
a Adrian dónde podría encontrar algo con que entretenerse mientras esperaba a
que las señoras llamaran a los chicos a comer su típica tortilla y jugo de
naranja.
Había millones de secciones y a él
le parecieron muchas más. Había de misterio, estudio, ciencia, artes, religión
e incluso infantiles. Pero a Adrian una en singular le llamó la atención. Esta
emitía un ligero canto que lo llamaba, algo singular que deseaba que él mismo
tocara las cubiertas de aquellos empolvados y viejos libros.
La sección de “Historia Fantástica:
Magia”
Adrian le dio las gracias a la
señora Coop por su amabilidad y ella le respondió ligeramente con una sonrisa
que emanaba tan solo, un bonito brillo familiar. Se dirigió a la estantería
caminando con inseguridad y pudo ver a Tina, la chica “nerd” por primera vez
con el cabello negro suelto y recién lavado. Un jersey verde oliva y una falda
color marrón. Se encontraba con la mano en la mejilla mirando un libro
demasiado grueso con detenimiento, de vez en cuando sonreía y algunas veces
fruncía el ceño y se volvía a acomodar de nuevo buscando más emoción en su
relato. Una punzada de envidia lo invadió y se preguntó qué hubiera pensado su
madre de él en esos momentos. Siempre cargaba un libro a donde fuera, era su
característica y su manera de distraerse en cuanto su pequeño hijo dejaba de
pedir juegos y comida.
Su único hijo la recordaba como una mujer
jovial y siempre dispuesta. Con amor para regalar y que, había sido quizá, la
mejor persona con la que alguna vez, Adrian pudo hablar y compartir. La
extrañaba cuando hacía frío pero el invierno solo le traía aquellos recuerdos
del accidente en Octubre del 2000. Una parte de él seguía a sus convicciones de
que alguien había matado a sus padres. Pero otra, solo se resignaba a vivir la
vida tal y como quién sabe quién, se le había ocurrido para él.
Suspiró recordando a sus
padres en silencio y levantando la vista a la estantería de metal que contenía
muchos libros. Tardó en encontrar alguno de su interés pero en cuanto uno de
pasta negra, cuyo título solo se resumía a “secreta antiquis magicae” , no duró mucho decidiéndose.
Adrian buscó un autor por la portada
pero solo encontró su título extraño estampado con dorado frente a ese negro
carbón de la cubierta. Lo tomó y se dio cuenta de lo grueso que era, pero, eso
no lo asustaba, todavía podría ojearlo. Su peso no le impidió llevarlo a la
mesa más cercana y dejarlo tendido sobre la mesa de caoba oscuro mientras se
sentaba y se acomodaba como un chico con demasiados modales.
Tomo aire y miró a su alrededor, solo
había un par de chiquillos en la zona infantil peleando por un libro de dibujo
mientras la señora Coop trataba de servir de mediadora para que terminara el
escándalo; y Tina, que seguía demasiado atenta en su mundo como para prestarle
atención al chico sentado dos mesas atrás.
El cielo aún era algo frío y gris.
Pero a la vez, aquel lugar emanaba un calor exorbitante… ¿o eran los nervios?
¿Por qué se sentía nervioso con aquel libro extraño en frente de él? Solo era
un libro y lo peor que podía pasarle era cortarse con una hoja.
Deja de actuar como una niñita –se dijo Adrian mientras abría
lentamente el libro.
Una energía lo invadió y se sintió
como en casa.
Pero sobre todo…
Se
sintió poderoso.
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